viernes, 6 de junio de 2014

Fiorella Caballero, la estilista “La vida es dar y recibir”

Fecha de Publicación: Noviembre 2012
Edición Nro. 5

La Empresaria
Fiorella Caballero


“Soy una trabajadora incondicional”

Su madre chambeaba todo el día en una peluquería, se juró jamás dedicarse a eso. A los 17, sin embargo, entró como asistente a Montalvo. Aprendió. Creció. Le compró una franquicia al dueño… Lo admira. Hoy es su socia.


La niña que a los 7 años se bajaba de la combi e iba a la Peluquería Gladys, donde trabajaba su mami, para quedarse con ella hasta el fin de la jornada, dos décadas después estaba de pie frente a las puertas de Palacio de Gobierno. A la Primera Dama se la habían recomendado como estilista. Se conocieron, hicieron click. Fiorella Caballero se siente orgullosa, y su mamá, ¡más todavía! Ella marcó su vida. Desde niña, viéndola trabajar, a ella y a sus colegas, Fiorella aprendió; y cuando faltaban manos, ¡ella misma era! Por eso, cuando se enteró que en una peluquería nueva estaban necesitando asistente, se presentó. Víctor Hugo Montalvo, dueño de ese modesto negocio que hoy es una importante cadena de salones de belleza y spa, vio en ella talento y entrega. No se equivocó.
Hace unas semanas, en Surco, Fiorella e Isaías, su esposo -que también es estilista-, abrieron la tercera franquicia de Montalvo. Fiorella ha pasado de ser una empleada abnegada a un ejemplo de superación para todos sus colegas. Esta es su historia…

Quería ser maestra.
Estudié para Auxiliar en Educación Inicial porque me gustan los niños, pero, con los años, y trabajando en este rubro, me di cuenta de que mi satisfacción está en que el cliente se vaya feliz. ¡Cambiarle el ánimo! Porque aquí tú puedes ver cómo llega alguien, a veces deprimido, y se va totalmente diferente… Yo soy maquilladora, y con mi trabajo puedo hacer que las personas se vayan contentas.

Su mamá trabajó en una peluquería. A la salida del colegio, desde los 7 años, usted iba y se quedaba con ella en su centro laboral.
Yo aprendí a movilizarme desde muy joven. A los 7, 8 años, ya andaba en combis. Mi mamá me llevaba los tres primeros días, me enseñaba la ruta, y de ahí, yo solita. De mi colegio a la peluquería (de Jesús María a Santa Beatriz), y de ahí a Balconcillo (La Victoria, a su casa). Yo he sido bien independiente.

De niña llegaba adonde su mamá, y se quedaba de largo.
Almorzaba con ella, estudiaba ahí, dormía ahí –en un mueble bien chiquitito- y, si había mucha gente, la dueña me llamaba: “Fiorella, ayúdame”; y me ponía a lavar el cabello, le pasaba los bigudíes, los papelitos para ondular. Aprendí a cepillar y, cuando hacían eventos, también me llevaban, ¡y me encantaba!

¿Qué edad tenía?
Ya estaba grandecita, tenía 10 años.

¿A las clientas no les preocupaba que una niña las fuera a atender?
Al comienzo. Pero como siempre me veían ahí, y quizás pensarían que era la hija de la dueña… Yo me sentía bien, me relacioné con todo.

Sin embargo, a usted no le atraía este oficio, pues lo vinculaba con el hecho de que su mamá estuviera todo el día trabajando.
Es que esta profesión es muy sacrificada. Tú dependes del cliente: si te dice que necesita que lo atiendas a las siete de la mañana, tienes que hacerlo. Tú tienes que satisfacer sus necesidades… Y, sí, pues, yo sentía que mi mamá no pasaba el día conmigo. Ella se iba bien temprano y me decía: “Ahí te dejo un sol para tu pasaje”. Yo me levantaba, me preparaba mi desayuno, lo tomaba sola, y me iba al colegio. Regresaba, mi mamá o mi abuelita me habían dejado el almuerzo, me servía, estudiaba toda la tarde, y por la noche venía mi mamá. Mi rutina era así.

¿Llegó a odiar la peluquería?
No. Pero como toda persona, hubiera querido que mi mamá estuviera conmigo todo el día… Esa es quizás la razón por la que con mi esposo hemos decidido que nuestra hija pueda compartir con nosotros todo el día (ellos también viven en su local), porque no me gustaría que me sienta ausente.

Terminó siendo colega de su mamá.
Sí. Y cuando entré a Montalvo, el señor Víctor Hugo me dio la oportunidad de estudiar, porque yo no había estudiado para nada de esto.

Todo lo había aprendido en el día a día, sobre la marcha.
¡Esa era mi rutina! Pero a mí me dieron la oportunidad de estudiar, y la aproveché ¡al máximo! Aquí conocí a mi esposo, él también me ayudó bastante en mi proceso de aprendizaje.

Llegó de casualidad.
A través de una amiga de mi mamá.

Montalvo no era lo que es hoy.
No. Yo conocí al señor Víctor Hugo en su local de Magdalena, y empecé a trabajar en su segundo local –en Jesús María-, que era su sueño, porque él estaba emprendiendo, aplicando todo lo que había visto en el extranjero; después de un viaje a Chile, donde lo había sorprendido el avance del rubro de la peluquería… Su nueva peluquería era como su primer hijo.

Entró como asistenta, pero había tanto por hacer, que todas hacían de todo.
Como todavía no era una empresa-empresa, todos poníamos la mano: si había que lavar toallas, normal. Como una era joven y flexible, no lo veías como una sobrecarga: era parte del trabajo. Hoy no, porque ya cada área está establecida.

Hoy estamos en su peluquería. Empezó como asistenta, hoy es socia del dueño.
Para mí, es una satisfacción bien grande. Es la oportunidad que Dios me brindó, puso en mi camino a personas como él, que apostó por mí. Él siempre apuesta por la gente joven; y así como hay gente que le agradece, hay otra que se va.

Él empezó como ambulante, y se sacó la mugre para alcanzar lo que hoy tiene. Quizás eso ha hecho que desarrolle el ojo para identificar por quiénes apostar.
Así es. Sobre todo entre la gente joven, ve quiénes pueden dar más, y les da la oportunidad. Te pone todo a tu disposición, y el resto ya depende de cada persona… Pero al margen de todo esto, a mí me da mucha alegría ver cómo esta empresa ha crecido. ¡Es increíble! Hace diez años estábamos en Jesús María y, ahora, es una cadena ¡que no está solo en Lima!

La escucho hablar del gerente general de la empresa y pareciera que aún usted no ha internalizado que ya no es su jefe, sino su socio.
Me cuesta (ríe)… La gente le dice “señor Hugo”. Además, él es mi cuñado, pero a pesar de todo yo siempre lo he llamado así… Es un tema de respeto. Quizás porque, hasta el día de hoy, se mantiene en mí una admiración por todas las cosas que ha alcanzado, ¡y en las que aún se sigue proyectando! Porque tú te sientas con él ha conversar, y te inspira. Él sueña, y sus sueños los hace realidad… Hacer crecer este negocio ha sido bien difícil, han sido diez años de mucho trabajo. Nosotros (ella y su esposo) nos hemos pasado dos años y medio tratando de abrir esta peluquería (su franquicia).

Es importante rodearse de gente positiva.
¡Muy importante! La gente positiva te inyecta energía. Él, cada vez que viaja, trae ideas nuevas…

Ok. Pero su aporte a la empresa, el de Fiorella Caballero, ¿cuál es?
Mis diez años como trabajadora incondicional, que no ha medido hora ni tiempo; el haber respondido a la responsabilidad que él me dio de estar al frente de sesenta trabajadores –cada uno con un carácter diferente-; y la experiencia que eso me ha dado, la he traído a este negocio, y ahora que tengo aquí a veinte personas, siento que no es nada. Lo puedo llevar muy bien.

¿Cómo así decidió dar el siguiente paso: de empleada a dueña?
Ehhh…

¿Se la cree?
Todavía no tanto… Yo creo que toda persona que trabaja, siempre va a querer hacerlo para uno mismo, para sus hijos; y es por eso que, entre mi esposo y yo, nos preparamos para esto. Queríamos algo para nosotros, y trabajamos duro. Porque esto ha sido un trabajo de a dos.

Muchos podrían creer: “Se casó con el hermano del dueño, la ha tenido fácil”.
No. Esto nos ha costado bastante.

¿Qué es “costado bastante”?
Trabajar de diez a diez, todos los días; o de diez (de la mañana) a once o doce de la noche. Porque él también es estilista, y hemos trabajado de la mano. En equipo.

Se enamoraron en el salón.
Trabajando por el crecimiento de la peluquería. Nuestro rubro era el salón, y es ahí donde nos hemos enamorado.

¿Qué dice de su salón su mamá?
Mi mamá… La alegría no puede brotar más por sus poros, porque ¿tú sabes lo que cuesta sacar adelante a una hija, sola? No solo ha sido difícil por el trabajo en sí, sino porque tenía que dejar a su hija sola durante todo ese tiempo. Tú no sabes lo que tu hija puede terminar haciendo… Por eso ella se siente muy orgullosa.

Ese detalle es clave: a su madre no le quedaba más que confiar en que usted estuviera creciendo bien.
Así es. Y gracias a Dios he tenido la sabiduría para discernir entre qué estaba bien y qué estaba mal, sin que mi mamá esté presente. ¡Era gracioso! Porque yo me he criado con mis primas, y a veces me inquietaban, me decían para salir. Pero yo siempre llamaba a mi mamá: “Mamá, ¿puedo ir a tal sitio?”. “¡Cómo vas a ir…!”. “Ya, ¡chau!… No puedo, mi mamá no quiere”. Así era.

A ver, si usted hubiera querido… ¿Por qué obedecía?
Creo que porque a mí me enseñaron a pedir permiso, a respetar la casa, ¡a salir con la bendición de tus padres!

¿Recuerda a su clienta más difícil?
Me acuerdo. Tenía 18 años, estaba en pleno proceso de cuajar en la carrera, y me atreví a hacer una decoloración de todo el cabello. No me fue muy bien… La clienta se quejó, se molestó conmigo. Ese día no pude dormir. Pero esa clienta, hasta el día de hoy se atiende conmigo. Se llama Patricia, y hasta ahora me viene a buscar.

Si le había malogrado el pelo, ¿por qué regresó?
Porque yo la llamé, y le dije que le iba a solucionar el problema. “Pero, ¡estás segura!”. “Sí, señora, no se preocupe. No quiero que se vaya insatisfecha. Es más, no va a pagar nada. Yo voy a asumir todo el gasto”. Vino, y con mi esposo le arreglamos el color -él tenía más experiencia-; y se fue contenta. Y ahora que ha venido y conocido nuestro local, nos ha felicitado. Se siente contenta de ver lo que hemos logrado. Lo mismo ha pasado con otros clientes.

Hoy tiene como clienta a la mujer más poderosa del Perú.
¡Sí! Pensé que no sabías (ríe)… Así es.

¿Cómo se siente?
Es una alegría grande. Nunca me había imaginado que llegaría a atenderla, ¡esas son pues las oportunidades que me da mi jefe! O, mi socio… Él vio que yo tenía la capacidad para hacerlo, porque teniendo a más de quinientos estilistas, dijo que yo era la indicada.

Ah, o sea que a él le solicitaron el servicio, y se decidió por usted.
Así es.

¿Ollanta Humala ya había asumido la presidencia?
Estaba por tomar el mando… La conocí, es una persona muy sencilla, muy asequible.

Tiene más de diez años de experiencia. ¿Se puso nerviosa?
¡No! La primera impresión es lo que vale. Hay dos tipos de personas, y ella es bien sencilla. Ahora, no te voy a mentir, tenía miedo, pero eso fue hasta que crucé la puerta.

La puerta de Palacio, nada menos.
¿Te imaginas? Hasta ahora no lo puedo creer… Yo tengo una foto con ella, se la mandé a mi familia en el extranjero, y mi tío me dijo: “Sobrina, no lo puedo creer. De verdad que es una alegría”. Y es verdad, porque en estos 28 años, yo he pasado muchas cosas… Por eso me siento contenta.

Pasaron hambre.
Tuve una niñez difícil. Mi papá nos abandonó cuando yo tenía 6 años, mi hermano mayor falleció y, el segundo, se fue de nuestro lado. Nos quedamos con mi mamá, las dos solas… Mi mamá se las ingenió para sacarme adelante, para que no me falte nada. Por eso yo siento mucha gratitud. Ella ahora vive conmigo, ¡y no le falta nada! Vive tranquila, sin la presión por tener que pagar nada… La vida es eso: dar y recibir.

Ella ha sido determinante en su vida.
Justo cuando todo eso nos pasó, le detectaron cáncer. Ella ya no quería vivir… Recuerdo que fuimos al doctor, y él le dijo –refiriéndose a mí-: “¿Quién es ella?”. “Mi hija”. “Señora, ¿usted se da cuenta de lo que me está diciendo? Usted dice que ya no quiere vivir porque se ha muerto su hijo y porque está enferma… ¿Y a esta niña, quién la va a criar?”.

¿Usted qué edad tenía?
Todavía no había cumplido 7 años. Mi hermano recién había fallecido y, con la depresión, a mi mamá le había desarrollado esa enfermedad. El doctor le dijo que tenía que decidir, pero que al hacerlo no lo haga pensando en ella, sino en su hija. Mi mamá me lo contó ya de adulta, y me dijo que en ese momento el doctor la hizo reaccionar, porque como se había muerto su hijo mayor, para ella se había acabado el mundo.

¿De qué falleció?
Se ahogó en la playa. Tenía 18 años… ¡Ahí fue que mi mamá reaccionó! Se operó, la sacamos adelante, y desde entonces su motor en la vida he sido yo. Me dio todo lo que pudo, quizás no grandezas porque no había, pero sí mucho amor. Y ahora, a mi hija, yo le enseño que tiene que aprender a ganarse las cosas.

Quienes han vivido carencias suelen dar de todo a sus hijos.
Yo tengo otro concepto: los hijos tienen que entender que lo que uno logra en la vida, lo hace uno, no sus padres. Si ella quiere algo, tiene que ganárselo, para que así lo valore y le pueda enseñar lo mismo a sus hijos… Ahora dice que quiere ser doctora. Le hemos dicho que tiene que ser la mejor doctora esteticista (ríe)…

Solo tiene 28 años, ¿qué se viene?
Bueno, nosotros… Digo “nosotros” porque yo no estoy sola, por eso siempre pienso de a dos. Nosotros queremos abrir otro negocio, pero queremos dar un pasito más: queremos abrir una peluquería en Panamá, Ecuador o EE.UU. La oportunidad está, solo hay que proponérselo ¡y trabajar para eso! Yo sé que lo vamos a lograr.

FICHA
Fiorella Caballero García

Colegios: Teresa Gonzáles de Fanning y Fernando Belaúnde.
Estudios: Auxiliar en Educación Inicial.
Edad: 28 años.
Cargo: Gerenta de Montalvo Primavera.



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