Fecha de Publicación: Noviembre 2012
Edición Nro. 5
La Empresaria
Edición Nro. 5
La Empresaria
Fiorella Caballero
“Soy una trabajadora incondicional”
Su madre chambeaba
todo el día en una peluquería, se juró jamás dedicarse a eso. A los 17, sin
embargo, entró como asistente a Montalvo. Aprendió. Creció. Le compró una
franquicia al dueño… Lo admira. Hoy es su socia.
La niña que a los 7
años se bajaba de la combi e iba a la Peluquería Gladys, donde trabajaba su
mami, para quedarse con ella hasta el fin de la jornada, dos décadas después
estaba de pie frente a las puertas de Palacio de Gobierno. A la Primera Dama se
la habían recomendado como estilista. Se conocieron, hicieron click. Fiorella Caballero se siente
orgullosa, y su mamá, ¡más todavía! Ella marcó su vida. Desde niña, viéndola
trabajar, a ella y a sus colegas, Fiorella aprendió; y cuando faltaban manos, ¡ella
misma era! Por eso, cuando se enteró que en una peluquería nueva estaban
necesitando asistente, se presentó. Víctor Hugo Montalvo, dueño de ese modesto negocio
que hoy es una importante cadena de salones de belleza y spa, vio en ella
talento y entrega. No se equivocó.
Hace unas semanas, en
Surco, Fiorella e Isaías, su esposo -que también es estilista-, abrieron la
tercera franquicia de Montalvo. Fiorella ha pasado de ser una empleada abnegada
a un ejemplo de superación para todos sus colegas. Esta es su historia…
Quería ser maestra.
Estudié para Auxiliar
en Educación Inicial porque me gustan los niños, pero, con los años, y trabajando
en este rubro, me di cuenta de que mi satisfacción está en que el cliente se
vaya feliz. ¡Cambiarle el ánimo! Porque aquí tú puedes ver cómo llega alguien,
a veces deprimido, y se va totalmente diferente… Yo soy maquilladora, y con mi
trabajo puedo hacer que las personas se vayan contentas.
Su mamá trabajó en una peluquería. A la salida del
colegio, desde los 7 años, usted iba y se quedaba con ella en su centro
laboral.
Yo aprendí a
movilizarme desde muy joven. A los 7, 8 años, ya andaba en combis. Mi mamá me
llevaba los tres primeros días, me enseñaba la ruta, y de ahí, yo solita. De mi
colegio a la peluquería (de Jesús María a Santa Beatriz), y de ahí a
Balconcillo (La Victoria, a su casa). Yo he sido bien independiente.
De niña llegaba adonde su mamá, y se quedaba de largo.
Almorzaba con ella,
estudiaba ahí, dormía ahí –en un mueble bien chiquitito- y, si había mucha
gente, la dueña me llamaba: “Fiorella, ayúdame”; y me ponía a lavar el cabello,
le pasaba los bigudíes, los papelitos para ondular. Aprendí a cepillar y,
cuando hacían eventos, también me llevaban, ¡y me encantaba!
¿Qué edad tenía?
Ya estaba grandecita,
tenía 10 años.
¿A las clientas no les preocupaba que una niña las
fuera a atender?
Al comienzo. Pero
como siempre me veían ahí, y quizás pensarían que era la hija de la dueña… Yo
me sentía bien, me relacioné con todo.
Sin embargo, a usted no le atraía este oficio, pues lo
vinculaba con el hecho de que su mamá estuviera todo el día trabajando.
Es que esta profesión
es muy sacrificada. Tú dependes del cliente: si te dice que necesita que lo
atiendas a las siete de la mañana, tienes que hacerlo. Tú tienes que satisfacer
sus necesidades… Y, sí, pues, yo sentía que mi mamá no pasaba el día conmigo.
Ella se iba bien temprano y me decía: “Ahí te dejo un sol para tu pasaje”. Yo
me levantaba, me preparaba mi desayuno, lo tomaba sola, y me iba al colegio.
Regresaba, mi mamá o mi abuelita me habían dejado el almuerzo, me servía,
estudiaba toda la tarde, y por la noche venía mi mamá. Mi rutina era así.
¿Llegó a odiar la peluquería?
No. Pero como toda
persona, hubiera querido que mi mamá estuviera conmigo todo el día… Esa es
quizás la razón por la que con mi esposo hemos decidido que nuestra hija pueda
compartir con nosotros todo el día (ellos también viven en su local), porque no
me gustaría que me sienta ausente.
Terminó siendo colega de su mamá.
Sí. Y cuando entré a
Montalvo, el señor Víctor Hugo me dio la oportunidad de estudiar, porque yo no
había estudiado para nada de esto.
Todo lo había aprendido en el día a día, sobre la
marcha.
¡Esa era mi rutina! Pero
a mí me dieron la oportunidad de estudiar, y la aproveché ¡al máximo! Aquí
conocí a mi esposo, él también me ayudó bastante en mi proceso de aprendizaje.
Llegó de casualidad.
A través de una amiga
de mi mamá.
Montalvo no era lo que es hoy.
No. Yo conocí al
señor Víctor Hugo en su local de Magdalena, y empecé a trabajar en su segundo
local –en Jesús María-, que era su sueño, porque él estaba emprendiendo,
aplicando todo lo que había visto en el extranjero; después de un viaje a
Chile, donde lo había sorprendido el avance del rubro de la peluquería… Su
nueva peluquería era como su primer hijo.
Entró como asistenta, pero había tanto por hacer, que
todas hacían de todo.
Como todavía no era
una empresa-empresa, todos poníamos la mano: si había que lavar toallas,
normal. Como una era joven y flexible, no lo veías como una sobrecarga: era
parte del trabajo. Hoy no, porque ya cada área está establecida.
Hoy estamos en su peluquería. Empezó como asistenta,
hoy es socia del dueño.
Para mí, es una
satisfacción bien grande. Es la oportunidad que Dios me brindó, puso en mi
camino a personas como él, que apostó por mí. Él siempre apuesta por la gente
joven; y así como hay gente que le agradece, hay otra que se va.
Él empezó como ambulante, y se sacó la mugre para
alcanzar lo que hoy tiene. Quizás eso ha hecho que desarrolle el ojo para
identificar por quiénes apostar.
Así es. Sobre todo entre
la gente joven, ve quiénes pueden dar más, y les da la oportunidad. Te pone
todo a tu disposición, y el resto ya depende de cada persona… Pero al margen de
todo esto, a mí me da mucha alegría ver cómo esta empresa ha crecido. ¡Es
increíble! Hace diez años estábamos en Jesús María y, ahora, es una cadena ¡que
no está solo en Lima!
La escucho hablar del gerente general de la empresa y
pareciera que aún usted no ha internalizado que ya no es su jefe, sino su
socio.
Me cuesta (ríe)… La
gente le dice “señor Hugo”. Además, él es mi cuñado, pero a pesar de todo yo
siempre lo he llamado así… Es un tema de respeto. Quizás porque, hasta el día
de hoy, se mantiene en mí una admiración por todas las cosas que ha alcanzado,
¡y en las que aún se sigue proyectando! Porque tú te sientas con él ha
conversar, y te inspira. Él sueña, y sus sueños los hace realidad… Hacer crecer
este negocio ha sido bien difícil, han sido diez años de mucho trabajo. Nosotros
(ella y su esposo) nos hemos pasado dos años y medio tratando de abrir esta
peluquería (su franquicia).
Es importante rodearse de gente positiva.
¡Muy importante! La
gente positiva te inyecta energía. Él, cada vez que viaja, trae ideas nuevas…
Ok. Pero
su aporte a la empresa, el de Fiorella Caballero, ¿cuál es?
Mis diez años como
trabajadora incondicional, que no ha medido hora ni tiempo; el haber respondido
a la responsabilidad que él me dio de estar al frente de sesenta trabajadores
–cada uno con un carácter diferente-; y la experiencia que eso me ha dado, la
he traído a este negocio, y ahora que tengo aquí a veinte personas, siento que
no es nada. Lo puedo llevar muy bien.
¿Cómo así decidió dar el siguiente paso: de empleada a
dueña?
Ehhh…
¿Se la cree?
Todavía no tanto… Yo
creo que toda persona que trabaja, siempre va a querer hacerlo para uno mismo,
para sus hijos; y es por eso que, entre mi esposo y yo, nos preparamos para
esto. Queríamos algo para nosotros, y trabajamos duro. Porque esto ha sido un
trabajo de a dos.
Muchos podrían creer: “Se casó con el hermano del
dueño, la ha tenido fácil”.
No. Esto nos ha
costado bastante.
¿Qué es “costado bastante”?
Trabajar de diez a
diez, todos los días; o de diez (de la mañana) a once o doce de la noche.
Porque él también es estilista, y hemos trabajado de la mano. En equipo.
Se enamoraron en el salón.
Trabajando por el
crecimiento de la peluquería. Nuestro rubro era el salón, y es ahí donde nos
hemos enamorado.
¿Qué dice de su salón su mamá?
Mi mamá… La alegría
no puede brotar más por sus poros, porque ¿tú sabes lo que cuesta sacar
adelante a una hija, sola? No solo ha sido difícil por el trabajo en sí, sino
porque tenía que dejar a su hija sola durante todo ese tiempo. Tú no sabes lo
que tu hija puede terminar haciendo… Por eso ella se siente muy orgullosa.
Ese detalle es clave: a su madre no le quedaba más que
confiar en que usted estuviera creciendo bien.
Así es. Y gracias a
Dios he tenido la sabiduría para discernir entre qué estaba bien y qué estaba
mal, sin que mi mamá esté presente. ¡Era gracioso! Porque yo me he criado con
mis primas, y a veces me inquietaban, me decían para salir. Pero yo siempre
llamaba a mi mamá: “Mamá, ¿puedo ir a tal sitio?”. “¡Cómo vas a ir…!”. “Ya,
¡chau!… No puedo, mi mamá no quiere”. Así era.
A ver, si usted hubiera querido… ¿Por qué obedecía?
Creo que porque a mí
me enseñaron a pedir permiso, a respetar la casa, ¡a salir con la bendición de
tus padres!
¿Recuerda a su clienta más difícil?
Me acuerdo. Tenía 18
años, estaba en pleno proceso de cuajar en la carrera, y me atreví a hacer una
decoloración de todo el cabello. No me fue muy bien… La clienta se quejó, se
molestó conmigo. Ese día no pude dormir. Pero esa clienta, hasta el día de hoy se
atiende conmigo. Se llama Patricia, y hasta ahora me viene a buscar.
Si le había malogrado el pelo, ¿por qué regresó?
Porque yo la llamé, y
le dije que le iba a solucionar el problema. “Pero, ¡estás segura!”. “Sí,
señora, no se preocupe. No quiero que se vaya insatisfecha. Es más, no va a
pagar nada. Yo voy a asumir todo el gasto”. Vino, y con mi esposo le arreglamos
el color -él tenía más experiencia-; y se fue contenta. Y ahora que ha venido y
conocido nuestro local, nos ha felicitado. Se siente contenta de ver lo que
hemos logrado. Lo mismo ha pasado con otros clientes.
Hoy tiene como clienta a la mujer más poderosa del
Perú.
¡Sí! Pensé que no
sabías (ríe)… Así es.
¿Cómo se siente?
Es una alegría
grande. Nunca me había imaginado que llegaría a atenderla, ¡esas son pues las
oportunidades que me da mi jefe! O, mi socio… Él vio que yo tenía la capacidad para
hacerlo, porque teniendo a más de quinientos estilistas, dijo que yo era la
indicada.
Ah, o sea que a él le solicitaron el servicio, y se
decidió por usted.
Así es.
¿Ollanta Humala ya había asumido la presidencia?
Estaba por tomar el
mando… La conocí, es una persona muy sencilla, muy asequible.
Tiene más de diez años de experiencia. ¿Se puso
nerviosa?
¡No! La primera
impresión es lo que vale. Hay dos tipos de personas, y ella es bien sencilla.
Ahora, no te voy a mentir, tenía miedo, pero eso fue hasta que crucé la puerta.
La puerta de Palacio, nada menos.
¿Te imaginas? Hasta
ahora no lo puedo creer… Yo tengo una foto con ella, se la mandé a mi familia
en el extranjero, y mi tío me dijo: “Sobrina, no lo puedo creer. De verdad que
es una alegría”. Y es verdad, porque en estos 28 años, yo he pasado muchas
cosas… Por eso me siento contenta.
Pasaron hambre.
Tuve una niñez
difícil. Mi papá nos abandonó cuando yo tenía 6 años, mi hermano mayor falleció
y, el segundo, se fue de nuestro lado. Nos quedamos con mi mamá, las dos solas…
Mi mamá se las ingenió para sacarme adelante, para que no me falte nada. Por
eso yo siento mucha gratitud. Ella ahora vive conmigo, ¡y no le falta nada!
Vive tranquila, sin la presión por tener que pagar nada… La vida es eso: dar y
recibir.
Ella ha sido determinante en su vida.
Justo cuando todo eso
nos pasó, le detectaron cáncer. Ella ya no quería vivir… Recuerdo que fuimos al
doctor, y él le dijo –refiriéndose a mí-: “¿Quién es ella?”. “Mi hija”.
“Señora, ¿usted se da cuenta de lo que me está diciendo? Usted dice que ya no
quiere vivir porque se ha muerto su hijo y porque está enferma… ¿Y a esta niña,
quién la va a criar?”.
¿Usted qué edad tenía?
Todavía no había
cumplido 7 años. Mi hermano recién había fallecido y, con la depresión, a mi
mamá le había desarrollado esa enfermedad. El doctor le dijo que tenía que
decidir, pero que al hacerlo no lo haga pensando en ella, sino en su hija. Mi
mamá me lo contó ya de adulta, y me dijo que en ese momento el doctor la hizo
reaccionar, porque como se había muerto su hijo mayor, para ella se había
acabado el mundo.
¿De qué falleció?
Se ahogó en la playa.
Tenía 18 años… ¡Ahí fue que mi mamá reaccionó! Se operó, la sacamos adelante, y
desde entonces su motor en la vida he sido yo. Me dio todo lo que pudo, quizás
no grandezas porque no había, pero sí mucho amor. Y ahora, a mi hija, yo le
enseño que tiene que aprender a ganarse las cosas.
Quienes han vivido carencias suelen dar de todo a sus
hijos.
Yo tengo otro
concepto: los hijos tienen que entender que lo que uno logra en la vida, lo
hace uno, no sus padres. Si ella quiere algo, tiene que ganárselo, para que así
lo valore y le pueda enseñar lo mismo a sus hijos… Ahora dice que quiere ser
doctora. Le hemos dicho que tiene que ser la mejor doctora esteticista (ríe)…
Solo tiene 28 años, ¿qué se viene?
Bueno, nosotros… Digo
“nosotros” porque yo no estoy sola, por eso siempre pienso de a dos. Nosotros
queremos abrir otro negocio, pero queremos dar un pasito más: queremos abrir
una peluquería en Panamá, Ecuador o EE.UU. La oportunidad está, solo hay que
proponérselo ¡y trabajar para eso! Yo sé que lo vamos a lograr.
FICHA
Fiorella Caballero
García
Colegios: Teresa
Gonzáles de Fanning y Fernando Belaúnde.
Estudios: Auxiliar en
Educación Inicial.
Edad: 28 años.
Cargo: Gerenta de
Montalvo Primavera.
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